jueves, 26 de diciembre de 2013

Traveler.

Ya no podrás saber hasta donde se camina en el mar,
ya no podrás saber si el desierto se acaba,
si los nonatos gritan con lágrimas en los puños frustrados.
Si las ciudades son putas vestidas de historia.
Tú ya no podrás saberlo nunca.
No verás los moteles donde Dios pasa la noche,
las sombras en las puertas de las iglesias.
Nunca sabrás de qué están hechas las estrellas,
de qué color son los ojos de la lluvia.
Nunca verás el cenit de esta luna de ácido,
desaparecerás en los pliegues de tu cuerpo
como si de un reguero de sangre se tratase.
No vibraras con la música como yo vibro,
no comerás de este pan que comparto,
no leerás ni una de las letras que te piensan,
nunca serás nada.
Un bicho que respira, se mueve y piensa,
una desgracia que se mira sin cesar en el espejo.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Lluvia.

Le gustaba la calle en invierno, salir a contemplar cómo cada viruta de aire parece quedarse congelada entre un soplo de viento y la niebla del atardecer y la noche, la respiración de cada persona se eleva como un deseo entre las sombras alargadas de los edificios, extendiendo sus dedos sobre el pavimento. Le gustaba sentir como una lágrima refrescante la lluvia sobre su pecho, sobre su cabeza y sus gafas, escucharla golpear los cristales, caer suave como una ola, cómo se abandonaban a sí mismas en su baile con la gravedad, su constante danzar con las leyes universales, perfecto como un prisma que descompone la luz, sin forma posible como todas las cosas que no alcanzamos a conocer del todo.
Siempre le gustó la lluvia porque le hacía sentir menos solo. ¿Dónde estaba ella ahora?
Pasan los coches alrededor, pasan los transeuntes buscando la redención de sus almas en el dinero y sus objetos, pasan los pasos y desaparecen los vientos vahídos. Hay una estrella que se ve a través del cielo nublado, de las nubes negras, de las desgracias diarias, de los cuentos rutinarios. Hay una estrella que se cuela entre las bandadas de monedas, entre los vendavales de la lluvia, entre cada segundo, entre gota y gota. Y esa estrella ilumina con su luz todo el mundo que aparece entre sus dedos, toda la sangre que brota de su respiración, cada herida que le provoca su mera existencia.
Es entonces cuando la ve, subida a los edificios, no la conoce. No sé quién es, mira con pena la lluvia, no sabe sí seguir adelante, no sabe si debería de continuar con lo que va a hacer.
Una especie de urgencia, de bailoteo estúpido y apremiante susurra desde su columna vertebral hasta todo el cuerpo, un nerviosismo incontrolado se escapa con un NO gritado a quemarropa por la boca, resonando en toda la calle, cuando ella salta.
La ve, la ve convertirse en lluvia, desaparecer con las gotas, en un desgarrador instante en que el veinte y cinco por ciento de su cuerpo pasa a ser igual que el setenta y cinco restante.
Despacio.
Caen las gotas. 
Y siente su presencia, su perfume, sus ojos, sus labios en forma de gota: como si de el más tierno de los besos se tratase.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Remanencia

A veces he mirado al pueblo como Hernández,
a veces he sido absurdo como Huidobro.
Otros días he buscado el verde de Lorca,
la musicalidad de Walt Whitman.
A veces te he tenido como te tuvo Benedetti,
incluso cuando te he perdido he sido Neruda
y he acabado con las Magadalenas de Sabina.
A veces he tenido vicios siendo Bukowski,
Baudelaire, Wylde, Fante, Dostoievski...
He mordido el polvo con Bob Dylan,
he mirado el infinito junto a Borges,
La más dulce de las soledades con Don Gabriel.
He caminado junto a Moisés, Quijote, Frodo Bolsón
e incluso junto a los vigilantes o Long John Silver.
He asistido a las pesadillas de Poe, de Lovecraft,
a los fantasmas y los trajes de Joe Hill.
He sido ocultamente libre como Cernuda,
descarnado como Dámaso Alonso,
andado en la mar como Alfonsina Storni.
He sido ácido como Quevedo, corrosivo.
Me he vuelto esencial como Juan Ramón,
satánico como Rushdie.
A veces, también me he preguntado por Dios,
como lo hace Emilio en su espejo.
También he buscado hacer del blues poesía,
como Manuel Guerrero lo hace del tango.
Otros días me levanto y quiero la dulzura
envuelta en fuerza de Enrique Cortés.

Sin embargo, la mayor parte de las veces,
hago como mi padre y me dedico a leer.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Si tienes hambre, di que estás famélico; si estás triste, di que estás taciturno.

La palabra redonda se deslizó en el hueco entre su pelo y sus oídos. Una gota de agua fría avanzó desde el fondo de su espalda hasta dividirse en los poros de sus brazos. Un dedo dibujó formas inconexas entre sus piernas como un artista intruso y desbordó el mar de sus suspiros. El nácar apareció lacerante entre los labios, la vida con la vida, la muerte con la muerte.
La desnudez cruda se distancia poco a poco, con suavidad, entre los pliegues de su piel, los ojos, cerrados, aullan como el crepitar de los árboles fuera bajo el viento del placer. Las manos intentan evitar caricias negándose a sí mismas, las piernas abiertas anuncian el florecimiento de la primavera.
Música sale de su boca, música circula entre su pecho, mientras el viento recorre desde la montaña hasta la planicie y el centro del mundo; horada y cultiva el fruto que busca. Sube y baja por los astros, recorre la superficie antes de entrar en la tierra para subir hasta el universo.
El cuerpo se volatiliza por completo cuando por las venas comienza a circular la sangre de las estrellas, brillante y ardiente. En descargas se encienden todas las avenidas mientras se vuelve, poco a poco, polvo al polvo, cenizas a las cenizas.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Knockin on heavens door



Y así sigo, como todos los días,
envuelto en esta rutina en la que no estoy.

No soy yo. Tampoco el otro.

No sé quien soy ni por qué digo nada.

A veces un disfraz desliza su manga por mi cara y me grita.

A veces se cae un astro del cielo para que yo lo vea.

Nunca encuentro el camino de vuelta a casa,
Tampoco encontraré, si me lo pides, el de la tuya.

No doy buenas soluciones, pero hiero al acero.

Veo la belleza, pero no sé conservarla.
Es fugaz, como las formas de los sueños.

Avanzo, me oculto entre libros,
desnudo y descarnado, me agacho, buscando refugio.

No quiero más lágrimas como bombas,
no quiero explosiones sin llanto.

No quiero perder el mapa del tesoro,
pero tampoco quiero encontrarlo.

Me lamento, hago y deshago mi cerebro.

Apago y enciendo el fósforo, cansado de tanto anhelo.

Quiero asesinar a los trozos del reloj telegráfico,
Y el mundo sigue afuera, esperando que lo busque.

Y yo me oculto cada vez más adentro,
algún día desapareceré dentro de mí.

Mientras tanto, sigo llamando a las puertas del cielo.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Tú nunca.

Los que hemos andado por la superficie del sol,
no sabemos los nombres escritos en tus labios,
desconocemos el juego de mirarte a los ojos,
cómo hacer daño para que vuelvas siempre,
cómo deshacer el nudo de tu garganta si lloras.
No sabemos hacerte brotar lágrimas de amor.

Los que hemos mirado cada noche las estrellas,
no sabemos si agarrarte la mano mientras caminas,
si debemos besarte o mirarte a los ojos,
si podemos huir corriendo ante el silencio,
si las palabras en distancia se susurran o se gritan.

Los que caminamos entre los polos magnéticos,
le robamos segundos al cronómetro,
congelamos los pasos que damos,
vemos el universo en un espejo y sabemos
que en cualquier solitaria noche,
habiando andado por la superficie del sol,
habiendo mirado de cerca las estrellas arder,
habiendo caminado entre los polos magnéticos
...
hemos escrito en tus labios mi nombre,
te hemos llorado con amor, te hemos hecho mía,
te hemos leído en los ojos el cielo, y sabemos,
que uno solo de estos sueños, vale más de mil veces
todas y cada una de tus realidades;
porque tú,
nunca andarás por la superficie del sol,
ni caminarás entre los polos magnéticos
ni verás las estrellas arder por amor.

martes, 19 de noviembre de 2013

Mirad todos.

Míralo ahí, haciendo tantas escalas, nota arriba, nota abajo. Buscando su alma en el fondo de la guitarra. Míralo ahí, rodeado de chicas, con su cerveza en la mano y sus palabras de gato. Miradlo, miradlo. Él no es nadie ni nada, parece que está buscando su alma en el fondo de la jarra, parece que la busca también en los ojos de las chicas, en la corriente del río, en el tilitar de las estrellas. 
Míralo, búscalo, lo encontrarás en cualquier sitio, tirado en la calle, sentado en un banco, siempre con alcohol en la mano, con algo en la boca, un cigarro, un vaso, otra boca... Búscalo, búscalo hablando, debatiendo acaloradamente con el corazón delator debajo de su asiento. Míralo, míralo huyendo por entre las alamedas, nunca yéndose a dormir. Míralo, que el tiempo se lo llevará pronto.

....................................................................

Míralo ahora, no sale de su casa nunca, no lo podrás ver jamás. Míralo, si lo encuentras, míralo envuelto en harapos, míralo con sus cicatrices, con su pelo blanco, ya no le habla a las chicas, lo dejaron tiempo atrás. Míralo, ya no busca su alma entre las estrellas, ya no come apenas. Ya sabe dónde está su alma, mírala, está con él, siempre lo estuvo, y ahí busca y rebusca entre los pliegues de su cuerpo a ver si la encuentra sin saber que, de tanto buscarla, ésta se fue para no volver jamás. Míralo, que el tiempo, ya se lo ha llevado.

jueves, 14 de noviembre de 2013

La creación.

 Para Solomía, por su cumpleaños.


En un principio solamente existía la oscuridad y el temor, el abismo vertiginoso, el momento de silencio que predecía la creación. La luz ilumina un cono sobre un escenario, y, el ébano y el marfil son los precipitantes de la caída.
Una nota. Una sola nota rompe el silencio, una tecla se dispara entre las paredes de la habitación dándole forma al espacio. Rompe la superficie de la tensión y da comienzo a la vida.
Una
            a
                una
                      van
                         cayendo
                               cada
                                  vez
                                     más rápido
                                       lasnotas.
La melodía sucede a la oscuridad, sale de las manos del intérprete, cada nota se convierte en un disparo, un resplandor de energía que ilumina, como estrellas, la negrura. Conforme la velocidad aumenta la luminosidad es más imponente, la oscuridad cada vez menor. La guerra entre la nada y la luz la va a ganar la música. Vibra todo el salón, el mundo, todo lo existente, con los dedos del pianista. Más frenético se vuelve su baile, cada cañonazo es una nueva sensación que se transmite hasta el infinito. Las nuevas notas van tomando tranquilidad, superan la ruptura anterior, ya existe el mundo, porque el intérprete lo ha creado. Conforme reposa la creación se va apagando todo otra vez, pero ya no existe la oscuridad, cada nota ha creado y ha cambiado el mundo, ya no se apagará todo y se volverá negro, cada nota seguirá ahí para siempre: cada nota sube encima de la otra para construir una realidad diferente. El músico, cambia el mundo.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Síntoma final.

Ya se ha acabado la cuenta atrás,
no más números, no más mirar al reloj.
No quedan granos de sal por caer,
ningún momento que convertir en azul.
Se me acabaron los silencios de tul,
las palabras de seda, las sonrisas de vela.
Otros habrá que tengan más vida que yo,
mejores, más rápidos, más altos. Más fuertes.
Quienes te vean lo suficientemente tú
como para lanzarse al pozo de tus ojos.
De ellos, de los realmente valientes,
de los que saben esperar tus tiempos,
de ellos será el reino de tu cielo.
Pero en los días que imaginé que eras mía,
en los momentos en que te quise sola,
ahí también fui valiente, fui león,
y pertenecí a la clase de los grandes.
Y me creí grande e inmenso sin saber,
que yo no soy como ellos,
que yo miraré al pozo de tus ojos
y me quedaré quieto.
Que en tu juego de silencios el mío
será el síntoma final, la cerradura que me aleje
de todos los besos que tus labios me bailan,
el Leitmotiv con el que el blues
destroza mi alma.

viernes, 1 de noviembre de 2013

El Cosechador de la Tristeza

Recuerdo los campos de trigo de mi infancia, vivir con mis padres en la vieja granja apartada de todo, con el polvoriento porche. Recuerdo las noches, con las maderas del tejado temblando y crujiendo como las jarcias de un barco bajo los vientos que recorrían con impunidad, como almas en blanco, las grandes extensiones llenas de trigo sombrío bajo la atenta mirada amarilla de la luna y los cuervos.
A mi mente vienen ahora, en esta noche en la ciudad los negros recuerdos de un tiempo antiguo y diferente, más simple, en el que el mal aparecía por la noche y no pululaba a plena luz del día entre los corazones mismos de los hombres. Entre todo ello le recuerdo a él, al cosechador de tristeza, el espantapájaros que vigilaba que los cuervos no apareciesen en los sembrados de mi padre. Me aterrorizaba, desde mi habitación; desde la minúscula ventana por la que se veía la luz de las estrellas, allí estaba: con sus ojos de botella, con su piel de saco, su vieja cazadora, sus entrañas de paja, su sonrisa macabra de pliegue de tela, sus piernas de palo.
Mi vida allí no tenía territorio más allá del campo, el comedor y mi habitación. El día en el sembrados, el único contacto con el mundo de fuera era la vieja y podrida camioneta roja de mi padre, que cogía para irse por las noches y volver tarde, muy tarde. No conocía nada más que la granja, mi padre trabajaba en el campo, mi madre le ayudaba y yo pasaba los días mirando al arroyo, arrojando piedras al agua, pero él siempre estaba allí. Podía verlo desde cualquier lugar de los terrenos, desde mi cuarto, desde el campo trabajando, desde el viejo porche, allí estaba mirando hacia abajo con su ajado sombrero de paja. También podía verlo, rodeado de cuervos al anochecer mientras los golpes en mi casa no paraban de escucharse. Me levantaba y podía sentirlo allí, comía mientras me miraba, me acostaba y allí seguía. Eso me hizo un niño de sombras, de silencios y miradas bajas.
Mi padre volvía tarde todos los días, subido en la camioneta roja renqueante, por el camino lleno de polvo, con los graznidos en los oídos y con la cabeza embotada por el alcohol. Y entonces miraba al espantapájaros y entraba en la casa renqueando como el vehículo, aplastando la puerta contra sus goznes, derribando la mitad de la cocina y sentándose como un niño a llorar cuando se encontraba solo. Mi madre ya no salía a buscarlo, corría peligro, y a mí me ordenaba taparme con la almohada por las noches, pero a mí mi padre no me daba miedo, era un borracho golpeando cosas, me tapaba la cabeza con la almohada, porque ÉL estaba allí, mirándome por la estrecha ventana en las noches de luna clara.
Él cada día me deseaba más, cada día me miraba más, cada día estaba un poco más cerca. Tardé mucho en darme cuenta, quizás fuese mi corta edad, quizás fuese mi forma de ver la vida como un cuento lo que me llevó a pensar que mi mente me estaba engañando, hasta que fue demasiado tarde y descubrí que ya no había salvación posible.
Cuando los cuervos comenzaron a posarse sobre la casa, me di cuenta que cada día estaba un paso más cerca; cuando un cuervo se posó en mi cama decidí que tenía que hacer algo. Una noche en que mi padre llegó borracho salí de mi cuarto, rechacé mis miedos y me levanté despacio. Me acerqué a mi progenitor con cautela y, oliendo a whisky barato y a tabaco, le cogí del tercer bolsillo de la cazadora un mechero que sostuve fuerte en mi mano, mi padre, mirando cabizbajo hacia el suelo, ni se inmutó. Salí al porche.
El viento aullaba con ira ante mi presencia: ¿qué hacía un niño fuera de su casa estas horas de la noche? Las espigas se doblaban castigadas por el vendaval y él gobernaba la tortura desde el centro, mirando en dirección a la casa. No sé qué clase de mal entró en el espantapájaros, no sé qué clase de odio le entró contra nosotros y nuestra infelicidad, no sé qué clase de demonio habitaba en sus huesos de palo, pero no creo que me importe ya demasiado. Me acerqué entre las espigas que acariciaban mis piernas, lacerando mis oídos con su grito tácito, advirtiéndome que me diese la vuelta.
Llegué hasta las piernas del engendro. No me había atrevido a mirarlo hasta ese momento, alcé mi mirada y su mueca socarrona me puso el vello de punta, sus ojos de botella me helaron el corazón. Una corriente gélida escaló mi espalda al ver uno de sus brazos descolgado, apuntándome con sus viejos guantes llenos de paja, acusante, hacia el centro de mi cabeza. Me paralizó el miedo, en mi delirio me parecía verlo moverse, despacio, sin pausa, volviendo a alzar su mano hacia el palo que le servía de soporte. De pronto me hallé paralizado, no podía mover apenas mi cuerpo, lloraban las espigas por mi miedo, por el llanto que no salía de mí, por el líquido amarillento que mojaba mis pantalones, por mi muerte que ya llegaba. El brillo de los ojos del espantapájaros me tenía allí quieto, y una sombra negra nublaba mi visión en derredor de la figura pajiza, o no era ya mi visión sino que estaba allí realmente esa negrura letal. Todo estaba quieto para mí, la llama en mi mano, el viento soplando en mis oídos y mi pelo, el espantapájaros alargando las manos hacia mí. Me faltó el aire, comencé a respirar cada vez más rápido, mis pulmones se vaciaban y se llenaban con premura. El silencio reinaba en mí. Era incapaz de escucharme, solamente los graznidos de los cuervos y la malévola risa del cosechador.
El hechizo se rompió de la misma forma que llegó, con el miedo. Noté una gota caliente que me caía por la pantorrilla, como una antorcha que me rozaba la piel pierna abajo. El contacto con el mundo real me hizo olvidar al muñeco y, en un alarde de valentía prendí fuego a la ropa. Un grito se retorció entre las estrellas y caló en las ranas del arroyo, en los cuervos que salieron volando y que rompió en mil pedazos mi alma congelada, como si de una copa de cristal se tratase.
Cansado, me sentí muy cansado mientras las viejas ropas ardían poco a poco, la paja, el sombrero... todo. Los ojos de botella llenos de fuego, el remiendo de la boca carbonizándose.
No recuerdo más, me acosté sin saber cómo ni dónde, me sumí en un profundo sueño de paz y tranquilidad sabiéndome ya salvado. A mitad de mi sueño, comencé a caer, a caer en las profundidades, una fosa marítima era mi tumba onírica, rodeado de negrura y agua: me asfixiaba, la presión podía conmigo. La luz de la luna se comenzó a filtrar por la superficie marítima, estaba ascendiendo, el canto de los ángeles me llamaba a la salvación y al final de la pesadilla.
Me despertaron dos hechos. Los golpes y los gritos en la planta baja de la casa, y una rama rascando en el cristal de la ventana. Desorientado, sin saber dónde me hallaba me reincorporé en la cama y miré por la ventana.
Mi horror fue absoluto al comprobar con espanto que el asustador había subido hasta la segunda planta y golpeaba con sus manos, empujadas por el viento, los cristales de mi ventana. Su risa, ronca, exagerada retumbaba en las paredes, en ondas hasta mi cabeza. Con el terror apresado en la garganta atronaron mis pasos sobre las escaleras, bajando los viejos y crujientes escalones, llegando al porche y a la cocina para descubrir lo que me estaba reservado.
No estoy seguro de haber quemado ya al espantapájaros, ni tampoco estoy seguro de no haber liberado aquella noche el mal. Cuándo mi padre mató a mi madre no sé si fue el gobierno del alcohol el que apretó el pañuelo contra la boca de ella o si fue el lenguaje de la locura que le había insuflado el cosechador de la tristeza. La ira, la miseria, las palizas que le propinó... no sé, no sé qué le pasó, no quise creerlo.
No quise creerlo hasta que vi en mi padre el reflejo del fuego en sus ojos, que ya no había amor en sus pupilas, sino dos culos de botella. Alguien le había plantado las semillas del odio. Me lancé contra la pared al ver a mi madre muerta y dejé caer mi espalda resbalar hasta el suelo. Mi padre se quedó quieto y me miró, con la misma sonrisa socarrona y remendada del engendro de palo. Y entonces lo escuché. Un golpe tras otro en las escaleras, una rama golpeando tras otra, madera con madera, un ruido de pasos de autómata que bajaba buscándome.
Corrí. Huí. Como alma que lleva el diablo y con una voz en mi cabeza gritándome que regresase. Esa noche quedó atrapada profundamente en mi destino.
Esta noche, lejos, en la ciudad, tras haber vivido otra vida, años después, recuerdo esos hechos. Los recuerdo porque el pasado me persigue cada noche. No he parado de soñar que salgo de las aguas y allí está esperándome, con los ojos de mi padre, subido en la camioneta vieja y ajada. Dejando un rastro de paja cada vez que daba un paso. Pero ahora ha regresado.
En las últimas horas del día escucho continuamente los ruidos, como antes, ha venido acercándose poco a poco, me va a cazar. Oigo los cuervos graznando dentro de mi armario, siento sus patas posarse sobre el tejado metálico de la pequeña caravana que regento y que voy moviendo cada noche con tal de escaparme. Cada día es más rápido. Le he visto en los campos en los que paro, en los descampados de las ciudades que visito. Sentado en los bares de los mejores barrios, esperándome, quiere que vuelva.
Hubo un tiempo en que pensé que si no volvía jamás me alcanzaría, pero no es así, cada vez está más enfadado, más cerca. Ya ha estado aquí dentro. Una gota de hielo me recorrió la espalda cuando introduje la mano en uno de mis cajones, tras volver de abastecerme, y descubrí que mi ropa estaba llena de paja. Cuando vi sus ojos reflejados en mi espejo, cuando escuché la puerta abrirse mientras me estaba duchando, cuando una mano enguantada se posó sobre mis hombros mientras conducía.
He tratado mil veces de convencerme de que soy un neurótico, que no puede ser verdad, pero las cosas que he visto con anterioridad me hacen imposible creerme a mí mismo.
Ahora escribo desde el hospital. El otro día iba conduciendo a altas horas de la madrugada, algo se cruzó en mi camino e intentando esquivarlo mi caravana volcó y quedó inservible, tirada en mitad de la carretera. Me levanté aturdido y, con las ropas ajadas y sangrando huí del lugar con premura. Se arremolinaban las copas de los grandes árboles a mi alrededor, la lluvia empezó a caer despacio y suave. Y hoy todavía sigue. No recuerdo mucho más, solamente las señales de tráfico girando en mi cabeza como si de caras burlonas se tratasen. Y su risa. Algún buen samaritano me vio tirado en la carretera y quiso hacerme un favor llevándome al hospital. No sabe que me ha condenado. Estoy aquí atado de pies y manos, no me puedo escapar por ser considerado un paciente peligroso, se me relaciona con el caso de un asesinato y dos desapariciones hace doce años.
Me tienen todo el día a base de calmantes, no podré correr si él viene, pero cuando llega la noche y escucho los pasos, las ramas golpeando los cristales, los búhos observando desde los árboles cercanos, la tempestad rugiendo clamando por mi alma... Les pedí una habitación sin ventanas, me la dieron, una pequeña habitación insonorizada y con una pequeña lamparita, un lápiz y una hoja de papel. Las horas pasaban allí despacio, pero al menos estaba a salvo. No se atrevería a cruzar las paredes acolchadas ni la puerta de metal que me tenía allí internado.
He empezado a escribir esto porque me lo ha pedido mi psiquiatra, quieren curarme y matarlo a él, pero no saben nada. Me he levantado del camastro en mitad de la noche y le he visto en mis notas, alguien había dibujado un espantapájaros en mi relato y al lado había una botella que conocía bastante bien.
Una vieja botella de anís, que mi padre usó para romperla y construir dos ojos verdes. El vidrio que ahora mismo fulguraba delante mía.
Ahora mismo lo estoy escuchando. Oigo cómo desliza sus piernas, sin prisa, mi celda de salvación es ahora una jaula en la que estoy como un ratoncito. Escucho su respiración irreal a través de la puerta. Estoy sentado llorando en una esquina y escribo para que todos sepan que no me dejé matar por el monstruo, no se llevó mi alma.
La vieja botella. Es lo que él quiere, pero todo con tal de no dejarle entrar aquí en este último refugio. Esta es la verdad, lo que pasé durante toda mi vida, la pesadilla que he vivido tanto tiempo envuelta en una vieja cazadora, un viejo trapo y unos viejos culos de botella.

jueves, 24 de octubre de 2013

A estas horas.

A estas horas me golpea la soledad.
Aparece como un fantasma sobre mi espalda.
Me eleva y me sube con la mente embotada.
Cuando paso por debajo de las farolas,
solo.
Cuando me acaricían las sábanas.
Y noto que me falta tu aliento,
que vi en tu mirada un falso enlace.
Que mis palabras son en balde.
Tu corazón es una fortaleza
pertrechada de silencios y miradas bajas.
La llave de tu alma me está velada,
no tengo las palabras para tus oídos,
no sé adueñarme de tu amor.
Pero aquí me quedo, discreto,
en silencio. Ausente en tus lunas,
amándote en silencio, contraído,
discreto, admirador, soñándote despierto.

lunes, 21 de octubre de 2013

El blues.

El blues es un orgasmo. Hay que disfrutarlo despacio. Comienza como una lluvia, suave, relajado. Hay que dejar unos compases para acostumbrarse, para que se acostumbre la cabeza a lo que estás haciendo, para darte cuenta de hasta donde has llegado. Las primeras notas son suspiros que se le arrancan a la guitarra. Tiene algo de violento, pero no deja de ser delicado. Conforme pasan los compases va aumentando el ritmo, y ya se acostumbra al sonido, a la situación en la que se está. La temperatura aumenta, cada nota se convierte en un dardo, en una llama que arde en mitad del pecho y del cuerpo. 
Ya no se dejan silencios entre notas, las escalas de estas son cada vez más rápidas, estadios más complejos. Cada vibrato pasa a ser una sensación que no quieres que se quede estática pero tampoco quieres que pase.
El pulso aumenta, las exclamaciones se escuchan entre el público, cada vez se está más cerca del centro de la guitarra, se escapan fraseos que se clavan en las paredes. El instrumento gime, respira acelerado, la banda acompaña.
El éxtasis se acerca, está todo programado, la intensidad sigue aumentando y aumentando, parece que no se acabará nunca. Pero se acaba. 
Se acaba en una explosión final gozosa.
Despacio
                las notas
                              se van colocando.

                                          Esperando el próximo solo.


The Sky is Crying, The Allman Brothers Band. 

domingo, 13 de octubre de 2013

Habanera.

El amor, el amor es un pájaro rebelde, un juego desequilibrado, un tira y afloja en el que todos salen perdiendo. El amor es un castigo para el alma, un obstáculo del sueño: es una tortura, una cadena en los pies y en las manos. Es dejar de ser tú para ser el otro, es recorrer las calles descalzo y desnudo en busca de una sonrisa, taladrarte los brazos por una sola mirada. Ahogarse, despacio, en la inmensidad de un beso, ser solo un sueño en la imaginación de una caricia. Desaparecer y morir con el roce de una de sus ropas. Sonrojarse, volverse mudo si suspiras en su cuello. Verla irse entre risas con tu razón y tu corazón, tu cielo y tu infierno, tu contradicción. El amor, el amor es... lo mejor que te puede pasar.



sábado, 5 de octubre de 2013

.

Las heridas duelen como el fuego.
El saberse herido e hiriente,
lanceado y lanceador, caníbal y comido.
La realidad alcanza las cotas de pesadilla,
la soledad se afronta sin diablos debajo de la cama
los cuentos no se escriben
con un corazón podrido por dentro.
El orgullo atesora los más ocultos secretos
los que hacen las heridas,
esos que tienen aristas de diamante.
¿Cuándo te metes la música por jeringuilla
y cantas para que se vaya el blues?
¿Cuándo echaste de ti mismo a tus allegados?
¿Cuándo se convirtió en un callo
rugoso,
pastoso,
vacío,
tu talento para el silencio?
¿Cuándo se callaron tus estrellas
y todo lo que pensaste estaba equivocado?
¿Cuándo andar se convirtió en un camino de espinas?

lunes, 30 de septiembre de 2013

Confesión.

Siempre quise vivir en un sitio como este, un gran salón, con grandes ventanales, con una gran lámpara y su mampara. No me malinterpretéis, no es porque sea grande, es simplemente porque es limpio, es cálido y acogedor, hay un equilibrio en las formas, y se ve un cuadro desde el fondo de las ventanas. Eso es lo más importante. Las ventanas. Mientras ahora escribo con los ojos cerrados evoco hace unos breves instantes cómo me he asomado a ese cuadro e ido penetrando en sus pequeños instantes, en sus pequeños detalles, las montañas a lo lejos, Sierra Morena, con un coche descendiendo hacia el valle, una breve luz, sin saber quiénes eran ni qué querían ni de dónde venían, simplemente que allí estaban, podría imaginar cualquier cosa sobre ellos. Más abajo los árboles, los edificios, los ladrillos de barro cocido, las paredes blancas, las antenas de televisión y telefonía, los otros alambres, aquellos de los que cuelga la ropa, blanca, negra, de colores, me da igual, es la visión en su conjunto la que me lleva al pensamiento de altas capas a la contemplación de la inmensidad, a sentir la lanzada de la poesía clavada en mitad del pecho.
Tiempo ha ya que no era capaz de ver las cosas así, ya me siento recomfortado del todo, no estoy desperdigado por ningún lado, me hallo centrado, con fuerzas para afrontar cualquier cosa que se me venga encima, ya conozco a los monstruos que me acechan, pero otros más estarán al caer. Me siento con las fuerzas suficientes como para superar mi torpeza y traerme los mejores ojos azules  a mi lado, aunque me cueste sangrar de por medio. Hoy me siento capaz de todo, no me siento como para ponerme a sonreir, ni tampoco capaz de sacar adelante un pensamiento fugaz y genial, me siento con la capacidad de vivir feliz. Sin los que se han ido, con los que están. Me siento capaz de escribir cosas como estas, cualquier poesía, cualquier cosa, con tal de escribirla.
Me siento capaz de ser yo mismo por una vez en la vida. Por eso, cuando ha empezado a llover, y a mojarse mi espalda, he seguido quieto, esperando a que refrescase mis miembros, a que mojase mi cabeza y he seguido mirando al infinito, por la ventana.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Producto

A veces escucho las grandes canciones de amor, las grandes canciones del blues, los grandes poemas, las grandes novelas, las grandes historias. Los leo.
A veces una frase me gusta, me encanta, me llega al fondo de mí mismo. Y quiero escribir una frase como esa.
A veces veo unos ojos en la calle, en la clase, una mirada. Y quisiera escribirlos, dibujarlos, sacar las notas que ocultan, la suave melodía que se esconde entre pigmentos musculares en el arco del iris, el vacío infinito de la pupila...
Cuando veo todas estas cosas, un amanecer, un atardecer en que se desparrama la pintura naranja por el lienzo del cielo, sobre las montañas, cuando el lila de las flores inunda la primavera, cuando me llegan los acordes de una preciosa melodía. Cuando todo ésto pasa cojo el bolígrafo, el teclado, el lápiz, la guitarra, la armónica, el cuaderno, el alma... Y quiero que las frases salgan con facilidad, y que de mis manos salga el dibujo más hermoso, y enseñarlo a todo el mundo, y que todos te admiren como admiran a los grandes actores, como admiran a Joaquín Sabina, como admiran al escritor famoso, como admiran al pintor.
Las palabras no salen, las palabras tardan en salir, tardan en escribirse, cuestan, hay un freno en el paladar que impide que lleguen a tus manos y se plasmen en el pale, en el ordenador, la servilleta, el muro, donde sea.
Las palabras son solamente letras. Cuando intentas enseñarlas no es igual que cuando alguien intenta enseñar un cuadro, una canción, un dibujo, algo que no sean palabras.
A mí me gustan. Las palabras. Mis palabras a veces.
Escribir.

lunes, 16 de septiembre de 2013

BBE

Disfruto de las alegrías que da el estar ocioso.
Habiendo terminado el camino en este rocoso monumento. Mirar al fin del mundo, sentándome mirando la marea subir y bajar. Y no tener que hacer nada. Mirar a los barcos irse y venir. Me fui de mi casa porque no tenía nada que hacer allí. Y aquí estoy, sentándome al borde del abismo y mirando al gran azul. No hay puertas en el cielo a las que llamar, ningún hombre toca el piano con un micrófono que apesta a cerveza. No hay ninguna mujer a cuyos pies arrodillarse. Ha sido un día largo de narices y he estado trabajando como un idiota, pero ahora estoy solo, dejándolo estar. Aquí, yo y mi corazón de oro. Pensando en cuando te vi intentarlo. En todo lo que es, en todo lo que somos.
Sólo, conmigo mismo. Después de haber alcanzado la cima y haberlo visto con los ojos del depredador. Mirando al mar inmenso, y detrás tus ojos azules.

viernes, 6 de septiembre de 2013

El mapa del cielo.

A ratos sabía contar las mejores historias, las más tristes. Algunas veces participaba en ellas. Esa noche se acostó en su cama como siempre, al hilo del horrible calor que gobernaba en verano, con la ventana abierta de par en par, con el sonido de los coches a través de su ventana, con el ruido de los aparatos de aire acondicionado que él no se podía costear, con el ruido de la ciudad buyendo de vida nocturan. Sin embargo, cuando el ruido pareció cesar, puesto que se acostumbró a él, uno mucho más molesto comenzó a molestarle: el silencio. Sus oidos parecían no enseñarle nada, ni siquiera podía oír su corazón latiendo en su pecho, el mundo se había quedado en silencio, sus ojos abiertos, no podía dormir.
No podía dormir y el silencio era tal en mitad de la noche que parecía que hasta las estrellas, las pocas que brillaban, se hubiesen parado en sus viajes a altas velocidades por el universo a miles de años luz. Se revolvió en la cama, y su piel contra las sábanas produjo un atronador gemir que le hacía espabilarse. El manto sólido del silencio volvió a caer despacio sobre él mismo y apenas lo hubo hecho, se volvió a mover. Tenía que moverse con tal de evitar el silencio. Al rato empezó a sudar, y el ruido de su respiración y su corazón ya eran suficiente para darle esquinazo a la tacidez. 
Entonces la vio cuando la voz de su pecho empezó a desaparecer otra vez entre el silencio. Una estrella roja, enorme en mitad del cielo. Se levantó y el frescor de la noche entró despacio en la habitación, y ya no importaba el sonido de sus pies en el suelo, ya no importaba el silencio ni tampoco importaban los coches, ni los aires acondicionados, ni la vida de la ciudad, solamente la estrella y él. 
Se sentó en el escritorio, con las hojas recién escritas de aquella tarde debajo de sus brazos, con el sudor arrugando el papel, mirando la estrella roja. Empezó a ver la cara de alguien frente a él, una cara familiar, pelo largo negro y palidez en el rostro, dientes blancos perfectos, labios rojos frente a piel muerta. No recordaba sus ojos, no recordaba su voz. Intentó tocar su piel, su cuerpo desnudo de cintura para arriba, no pudo.
Vio las marcas en sus brazos, vio la tristeza eterna de su rostro, que lo hacía cada día más hermoso. A veces protagonizaba las historias más tristes, no podía tocarla, estaba detrás de un cristal. Había una cuchilla en su mano. No podía poner sus yemas sobre su piel, solo podía usar la cuchilla. Cortó su pelo, despacio, mirándose en el espejo que era ella, cortó su barba, despacio, tatuó su nombre, despacio, en su cuerpo, sintiendo irrealmente cada herida, cada gota de sangre que salía de sus brazos, de su pecho, su vientre, sus piernas...
La mugre de las paredes, el gris que lo inundaba todo. La sangre que salía de su cuerpo era tanta que comenzaba a llenar la habitación, el espejo, ella, todo. El gris se volvía rojo. El óxido terminó por cubrir la habitación entera, incluso el espejo, ella, todo. 
Se levantó sudando, con el corazón alterado, con la conciencia alterada por soñar esas cosas, con el silencio rodeando todo, el alba despuntaba en el horizonte ya... 

Para soñar esas cosas mejor no dormirse nunca jamás.

martes, 27 de agosto de 2013

El rey de los lobos.

Primero la tierra se volvió de fuego. Y cuando pensamos que no podría volverse peor, el suelo se volvió de barro. Y cuando toda nuestra esperanza desapareció ya definitivamente, se volvió sangre. Los horrores que salieron de la caja de Pandora que abrió la humanidad destrozaron el mundo que conocimos; cuando los ángeles cayeron a la tierra con sus alas de fuego, castigando a todos por sus pecados, o por ninguna razón aparente, todo retazo de humanidad se había extinto ya en las hogueras del horror y del arrastrarse para lograr sobrevivir un minuto más. Los hombres se volvían animales, y justo después de la sangre, el veneno, la muerte, el horror y la pesadilla, después de todo ello llegó el hielo.
Por aquellos tiempos yo agonizaba escondiéndome entre los combates allá entre las nieves, la cuenta atrás de mis días llegaba a su fin, y lo sabía. Parte de mi hígado había entrado en mis pulmones y mi garganta luchaba tanto por echarlo afuera que tosía la sangre. Aquél fue el día que me crucé con Maluk. Me desplomé sobre el frío blanco escupiendo mi rojo interior cuando se me acercó el gran lobo gris de ojos blancos como el invierno. Le miré insensible, la muerte caminaba cerca, ponía los pies tras mis huellas en la nieve, atraía con su olor a todos los animales salvajes, deseando disfrutar del festín de mi enferma carne. De repente desafié al lobo con la mirada; "¡devórame!" le dije. "¡Contágiate!" susurré. "¡Deshazte del último pedazo de la raza humana, así será justo!" alcancé a decir ya sin aliento. El lobo me perdonó la vida, se llamaba Maluk.

Aprendí a vivir con ellos, a cazar, a dormir, a morir con ellos. En el hielo los lobos eran los amos, hasta el día en que el dios bajó a la tierra. Cuando el dios aterrizó desde el cielo, durmiente, convaleciente, parecía tan pacífico... con su pelo rubio largo, su cuerpo musculado, bello, sus ojos azules, sus sonrosados labios... su carga de muerte en sus espaldas, sus brazos asesinos, su mortal belleza...
Había aprendido a vivir como un lobo, a vivir y a matar animales, pero no sabía nada de los hombres, y menos de los dioses como aquél que aterrizó desde los cielos, dejando los campos de nieve derretidas por el calor que había provocado al estallar contra la superficie. Los lobos me miraban, yo tosía. Él era uno de los que decidía los destinos de los mortales. Qué menos que devolverle la invitación y decidir el destino de los inmortales. El dios, una vez en la tierra ya no tenía nada que hacer, era mío. Miré a sus ojos una vez despertó, y le seguí mirando a los ojos mientras le cortaba el cuello, mientras sus manos agarraban fuertemente las mías, con una fuerza sobrehumana que casi me parte en dos mientras su cuerpo temblaba tanto como las montañas, mientras los ríos de sangre brotaban del dolor de su cuello, mientras su vida se extinguía como se apagaría el sol, mientras los pájaros dejaron de cantar de golpe. Y seguí mirándolos un rato hasta que Maluk, el lobo, se acercó a mí y me dio con el hocico en el brazo. Su mirada acusaba, pero no sabía.

- No me mires así, yo soy un hombre: no soy un animal.

jueves, 22 de agosto de 2013

Segundos de paraíso.

El susurro de las olas se entremezcla con el olor a lavanda de su perfume. La ausencia de verbo llena los delicados golpes con los que la mar acaricia a su amante arenoso, crepita entre las palmeras el fuego en el que la carne toma el apetitoso color.
El paraíso se desliza entre mis dedos al retomar el contacto con las cuerdas de la guitarra. Mi voz se alza descalza entre los árboles, entre la arena. El ritmo me lo dan las olas, la melodía me la dan mis dedos, el alma y el crepitar de las llamas me deja rozar el cielo con la palma de las manos. 
Oculta su luz el sol, risueño, tras su velo de seda, el cansancio atiborra ya mi alma, los placeres de la carne ya desafiaron la integridad de mi paladar, los placeres de la música sosiegan mi espíritu y me regalan el oído. Los placeres de la vista, conjugados con el oído y la atmósfera mágica de la percepción diseñaron un mundo ideal en mi mente.
A medida que desaparecen los caballos sobre el mar del cielo, toman su lugar en el teatro las estrellas y el manto nocturno. Se pierde de vista el mar, y el gran ojo, blanco, con su cazador en el centro se asoma a mirar a los lejanos mortales sabedor de vivir muchos más años que aquellos que le parecen tan lejanos, pero de no ser inmortal. Algún día el ojo desaparecerá, y el cazador dejará de recibir los besos de la luna.
Tres mares se alzan ante mi vista, el mar, el de agua, ausente solamente visible por el reflejo de la luna en las eternas corrientes. El segundo sobre mis ojos, infinito también ante mi pobre percepción, lleno de estrellas, de gotas de leche, ajeno a las ciudades, ajeno a nuestro fuego, ajeno a nosotros. Y por último el infinito mar de sus ojos. El mar al que acerqué mi mirar, sobre el que dispuse mis labios y el que, ansioso, devoré con mi alma y el que decidí besar con mi alma.

domingo, 11 de agosto de 2013

Aleph

Cuando el aire polvoriento
quema como el infierno.
Cuando los ojos de las máquinas
brillan en el desierto.
Cuando rodea la oscuridad
la última melodía.
Cuando todavía se escuchan
los cuadros de la noche,
te veo.
Con tus ojos negros,
tu pelo negro, tu piel morena.
Tus historias, tus cuentos,
el brillo de tus ojos,
tus tiempos, tus silencios.
Cuando te veo
en los cuadros de la noche,
y se evapora el rocío
en las hojas de tu pelo,
y me murmuras
en la humedad de tus labios
y te caen los caballos
de la cabeza al pecho,
y te mueves en tus caderas,
y cantas y murmuras...
Cuando despacio hablas
y te acarician las palabras,
mi pulso se dispara
y la pena me acompaña
al saber que no te tengo.

domingo, 4 de agosto de 2013

Nella Fantasia.

Desde que el hombre es hombre, éste ha levantado sus ojos al cielo y ha contemplado con temor, con inocencia, con fantasía, los puntos de esperanza y luz que arden en mitad de la penumbra y la muerte.
Desde que el hombre es hombre, ha mirado a las estrellas y se ha visto, pequeño en la inmensidad,reflejado en ellas. Y desde que miró por vez primera, soñó, soñó con ser como ellas, en buscar un mundo parecido, justo, resplandeciente y perfecto. Lejano y etéreo, libre y confortante; un mundo donde no hiciese falta mirar las estrellas para imaginar otro mundo mejor. Una fantasía, siempre ha tenido el hombre la capacidad de crear fantasías mirándolas, ha observado sobrecogido el manto nocturno y ha imaginado, ha creado dragones y ha producido bellas flores, ha sido dios y esclavo de ella.
De esta manera todos los hombres desde el primero, todos hemos mirado el mismo cielo,imperturbable en nuestras pupilas, todos los hombres hemos sentido reflejadas las estrellas en nuestros ojos, y todos nosotros, humanos, hemos buscado la fantasía en los astros, todos iguales, es eso lo que nos une.
Y así, miles de años atrás, mientras se acurrucaba el primer hombre, se durmió; y soñó mecido por la suave nana del canto de las estrellas.



martes, 30 de julio de 2013

Playas de Naufragio.

Chillan, ahí fuera los vientos
canta la lluvia en los cristales,
y en mi corazón, tu ausencia.
Me oculto tras muros y páginas,
pero siemper me acabas encontrando,
y me faltan para tus ojos las palabras.
No me busques ni me encuentres,
que sean tus ojos los que me lleven al naufragio,
cántame, sirena
 y bésame, para poder respirar.

miércoles, 24 de julio de 2013

Jodida Reina.

"Esa zorra. Esa puta. Ese desprecio del género femenino me había tocado los cojones. Es verdad. No sabía de honor, no sabía de reglas, de buen hacer, de tratar a un corazón destrozado. Por otro, la guarra de mi mujer me había dejado por otro. Después de mantenerla a ella y a toda la puta familia..." escuché en silencio el aleteo de los insectos revolotear a la luz de la bombilla y el fuego. Había bebido mucho.
El último vaso de Jack Daniel's se deslizó por mi garganta, afilado, pagando embriagador a mi estomago su cuenta de sangre, un cuchillo a través de mi barriga habría sido igual. Y la puta... no, no entendía nuestro juego, no me entendía, ella era su propia reina, eso es. Era su propia y jodida reina, y yo, eso creía ella, su basura, su arañazo, su asqueroso.
Esto se había acabado. Había jugado conmigo, me había utilizado, se casó conmigo porque le gustaba como hablaba, luego se fue a follarse a esa maricona afrancesada, a ese proyecto de rock and roll, a ese, a ese PRODUCTO, esa mercancía autopromocionada de cómo vivir una vida emocionante, ese bichejo asqueroso que no tenía ni la mitad de alma ni la mitad de cadenas que yo. Pero eso se iba a acabar. Enseguida.
Nadie le pondría más la mano encima. Yo, que la había amado... Escupí. No me podía permitir un retazo de debilidad. Ella me ha dicho mil veces que soy un monstruo, sí, un monstruo. Sólo reclamé lo que me pertenecía. Nadie me puede juzgar por intentar recibir de mi esposa el cariño y afecto que yo le brindaba ¿no? Y si no, no debería haberse casado conmigo. Volví a escupir. Jazz ponían en la radio. El bajo andaba y yo deambulaba como un tigre prisionero. Se iba a acabar. Tenía mi orgullo, no porque fuera mujer, sino porque era una zorra. La imaginaba en los brazos del otro y una masa oscura y pesada atenazaba mi pecho, como si fuese a escupir oscuridad.
"Cualquier día me iré" me había amenazado sin cesar, mil veces. Nunca me dijo qué le molestaba de mí, esperaba un cambio por mi parte que no sabía como hacer. Y así fuimos muriendo poco a poco. Nunca me dijo qué le molestaba de mí, creo que no lo sabría ¿podría preguntarle? sí, podría, pero no me diría nada.

Esa zorra. Esa puta. Es una malparida. Como el otro. Un gorgoteo de bilis. Era perfecta y quería un mundo perfecto, y le vendí la sinceridad. "Nada podré ofrecerte excepto tu vida conmigo" y aceptó. Es lo que pasa cuando firmas un contrato sin leer la letra pequeña. Y luego se dedicó a estirar y estirar mi razón una y otra vez para maltratarme. Años y años de matrimonio sin corresponder. Volví a escupir. Subí el volumen de la música. Tiré otro de nuestros absurdos marcos de fotos al fuego. Mi casa es un circo de los horrores. Un silencioso acto recopilatorio de las torturas que había llevado a cabo.
Me sentí poderoso, el fuego estaba fuera de la chimenea, estaba fuera de sus normas, de las que había dictado, de su orden. Se lo indiqué. "Ves puta, ¿ves cómo se queman las cosas? No, no intentes apelar a mi razón. Quemo nuestra vida". Me hizo gracia el hecho de que mi sombra fuese como la de un duende de una noche de verano bailando alrededor del fuego. Me reí exageradamente. Y ahí es cuando empezó a mirarme.
Me miró con sus dos hermosos ojos. Tuve suerte, embauqué a la más bruja y a la más hermosa. Me miró como si estuviese loco. "¿Loco? ¿Loco yo? No hay pecados por los que juzgarte ni destino ni karma. Ni Dios ni Satán. Aquí estamos solos tú y yo. Bueno, y el soplapollas ese" señalé al amante maniatado en una esquina, adormilado y drogado "esperaba más de ti. El sufrimiento genera sufrimiento, y siempre, siempre viene de vuelta".
Rocié al maniatado amante con gasoil. Un olor ácido, hiriente se arremolinó en la biblioteca. El fósforo ardiendo le siguió, y acompañaron al cadáver varias horas de jazz y de gritos mientras me fumaba un cigarrillo:
      -   No creo que le importe - le susurré a una llorosa Dorotea - que le robe el tabaco.

Cuando el cadáver se consumió la miré a los ojos y no le dije nada. Le quité la mordaza y la encañoné con la pistola. "Está fría," suspiró. Apreté el gatillo. Apunté de tal forma que el ojo le saltó, y la mandíbula se le rompió. La sangre salpicó mi camisa, ya me miraba sabiéndose muerta.

Era una puta obra de arte, su sangre chorreaba por mi cara, su cuenca vacía era elocuente, su ojo sano no rezumaba ni odio ni locura, sino resignación. Justo como quería, el tiro me había salido bien. Mis manos enguantadas pusieron la pistola en su mano:

- Sola, condenada por doble homicidio. Deforme. A partir de mañana desearás no haber nacido.

Susurré las palabras despacio, con veneno. Debí darle miedo según vi en sus ojos, esperaba arrepentimiento, perdón, aceptación del castigo... Miedo. Eso no me lo esperaba. Con furia agarré su mano armada y de un balazo conjunto, lo último que hicimos juntos me arranqué la tráquea.  La bala me quemaba en la garganta que ya no estaba, el vacío se apoderó de mi voz.
Elegí la tráquea porque podría ver mientras me asfixiaba cómo apuntaba desesperada a su cabeza y ver que ninguna bala quedaba ya en la recámara. Muriendo con fuego en la garganta, con el sabor a cobre en la boca y con mi alma todavía masacrada esbocé una sonrisa mientras me atragantaba a borbotones con la sangre.
Ella presentía la derrota, la muerte llamando a sus ojos.
 Sola.
Deforme.
Deseando no haber nacido.

domingo, 14 de julio de 2013

El titiritero.

I
Cuando arrivó a la sala del titiritero descubrió una enorme cantidad de hilos prolongándose hacia el infinito. Incontables hilos. 
Para llegar allí había tenido que superar las dudas de la ciencia, los dogmas de la religión y comer del fruto del árbol del bien y del mal. Había tenido que pagar con su mente por la sinrazón de los hombres, y su condena al ostracismo le llevó a las puertas del mar. La música, las artes y las ciencias habían sido sus grandes compañeras en el viaje, el conocimiento sobre los humanos y su implicación como observador invisible le había llevado a contemplar a ambos relacionándose en la naturaleza, comprendiendo las leyes de ambos.
La desazón le invadió con profundidad al entrar en aquella sala llena de telarañas, olvidada de la mano del hombre y de dios, encontrando en ella un camino infinito y sobre todo, al no hallar ningún titiritero en ella. Hincó la rodilla en el suelo y agachó la cabeza, estaba solo en el camino del conocimiento, no había nada a lo que aferrarse, no había clavos ardiendo, no había abismo, no había respuesta ni árbol ni conocedor de todas las respuestas.
Solamente había hilos, que transcurrían desde infinito a infinito, atravesando con su longitud las arenas del tiempo y las circunstancias de los hombres. Creyó estar condenado a la mentira y al infierno de no saber jamás en su vida nada.

II

Años después el poeta entró en la sala, él no había olvidado a los hombres, se había aupado en ellos y los había traído consigo. Había comprendido la naturaleza y su funcionamiento, había comprendido a los hombres y sus defectos y virtudes, y todo lo que había entre medio de ellos.
El poeta se sintió maravillado por el infinito enrrejado de  hilos, por la incomprensible fuerza del universo. El poeta llegó allí y también hincó su rodilla, sintiéndose el ser más pequeño del universo, pero a la vez el más grande de él por haber llegado a comprender aquella complejidad. Y comprendió que si el mundo era infinito era porque él lo veía infinito, y si el mundo era hermoso es porque él lo veía hermoso, y lo más importante, se sintió feliz porque había infinitas verdades por ser descubiertas ante sus ojos. El viaje acababa de empezar.

lunes, 8 de julio de 2013

Arenas.

No encuentras en los roces de seda
el aliento de las arenas desérticas.
Buscas en silencio los pliegues
de los perfumes y los ungüentos.
Miras con tus ojos almendrados;
rechazas detrás de las celosías el susurro
de los vientos y las estrellas.
¿Dónde quedaron atrás los azahares,
las fuentes y el mercurio
y las estrechas calles?
¿En qué lugar desaparecieron las aguas
y se las tragaron las armas?
¿Cuándo devoraron la paz los alfanjes?
¿Cuándo los halcones fueron cazados?
¿Dónde nos perdimos?

Ya te acurrucas en un rincón,
malherido, sin hermanos.
Ya manan de tus ojos las heridas,
ya tu corazón se erosiona con la arena...

lunes, 1 de julio de 2013

Reina de plata.

Ven aquí, reina de plata,
muéstrame con tus ojos de diamante
el sabor de tu pálida piel.
Ven aquí, reina de mares,
muéstrame con tus ojos de marea
el sabor de la sal de tu piel.
Ven aquí, reina de hielos,
muéstrame, con tus ojos de dureza
el sabor de tu gélida piel.
Ábreme tu alma,
cuéntame qué te atormenta,
mientras yo, conozco el sabor de tu piel.

domingo, 30 de junio de 2013

Los muertos de Munchausen

Cuando se levantan los muertos de Munchausen
los dramas cogen fuerza de tango
caen las estrellas de los cielos muertos
y las esquinas huelen a orín.
Se rompen los esquemas con la altura
y un saxofón rabioso canta a la sangre
los huesos del hielo rompen las aceras
renuncia entero a las palas de violencia
cuando se levantan los muertos de Munchausen.
cuando los muertos de Munchausen se levantan
huyen asustados los ferrocarriles
ríen sarnosos los perros con sorna
desaparecen los coches en sus bombas de humo
hacen presa los gatos con su silencio.
Nos pesan todos los muertos de Munchausen
nos bañamos todos en su sangre
comemos todos de su carroña
llenan nuestros huecos de culpa.
Cuando se levanten todos los muertos de Munchausen...

lunes, 3 de junio de 2013

La ciudad de 3000 años.

Llévame padre a la ciudad de tres mil años. ¿Por qué no quieres volver? Quiero volver a pasear sus antiguas calles, perderme entre sus múltiples torreones, vivir su vida. Quiero conocer sus mujeres, jugar con sus niños, dormir sus calles, desaparecer en sus camas.
Padre, llévame a la ciudad de los atardeceres de trigo, llévame a la ciudad del mar. Padre, llévame a conocer el mar. A conocer el mar en sus ojos, a conocer dónde las aguas se vuelven sabias antes de mirar al océano. Llévame a donde me mire el viento, donde arrastre la arena entre mi pelo y rebusque entre las conchas que quedan en la playa con la marea baja. Padre, llévame a conocer el hielo, padre, llévame a recoger conchas a la costa, a donde haya lugar para sonreír al sol estival y no del infierno.
Padre tiempo, llévame a que conozca el mar en sus ojos, padre, llévame a perder el universo en un día, llévame a buscar una misiva en una botella, llévame a conocer su pelo, su pasado, su historia y su futuro. Padre, lléveme a ver el mar.

lunes, 27 de mayo de 2013

Desesperación.

Si su objetivo era que se desesperase, lo había conseguido. Allí estaba esperando en la barra del bar desde hacía ya una hora. La importancia de aquella cita le había estado nublando la visión y alegrándole la semana inimaginablemente, pero ahora el retraso estaba haciendo que crujiese su cerebro y su mente se retorciese dejando caer un jugo áspero y siniestro sobre la barra.
El tic tac del reloj era incesante, las palabras del camarero salían de la boca de éste sin parar también. El movimiento de las agujas producía un himno que tronaba en sus oídos. La boca del camarero movía los pesados vocablos que caían como libros sobre su cabeza, las gotas del rocío ya se derramaban por la botella que su mano sujetaba con ansia, con tensión.
Seguía sin aparecer. Esperaba como aparición fantasmal SU llegada por la puerta, como aparición divina, como avistamiento boreal. Seguía sin aparecer.
...
...
...
La rabia ya inundaba sus pulmones como un líquido oscuro y pegajoso. Su estómago se estrujaba bailando la danza macabra. Sus piernas habían decidido volatilizarse, y su corazón ya cada vez iba más rápido.
Las palabras del camarero estaban haciéndole odiar cada uno de los segundos que allí permanecía. Sin más dilación cogió su cartera, pagó su copa y se fue. 
...
...
...
Minutos después ella llegó.

jueves, 23 de mayo de 2013

Eros.

En el candor de los ojos de estaño
se funde tu mirar caliente en tu deseo.
Se cuela tu alma por un instante
entre las fisuras que hay entre mis dedos.
Y reaparece entre lunas y brillantes
el estertor del pecado en tu mente,
tus suspiros vertidos en sangre,
tu dulzor, en las líneas de mis manos,
tu hambre, mezclada con mi hambre.

Giras y vuelves, te defiendes,
con las uñas dibujas,
con tus dientes me reprendes.
En silencio me miras,
esperando el momento,
lujuria gira la llave del deseo.
Metes en mi maleta
cada beso de este ensueño
no vaya a ser que al despertarme
haya caído frío y muerto
en los pozos del silencio.

Ya reposa tu cuerpo en mi cuerpo,
tu mano en mi mano,
tu pecho en mi pecho.
ya cuento los minutos
acariciando tu oreja y tu pelo,
mirando al infinito del techo.
Ya el mundo se deshoja,
se va quitando el velo,
que cuando te fuiste dejaste
un fantasma sobre mi lecho,
un calor en mi memoria
y en mi cuarto, silencio.

lunes, 20 de mayo de 2013

Alma.

Un día se levantó y la vio allí sentada en su habitación y se dio cuenta de que no le valía para nada. Su alma. Reposaba sobre una silla, tácita, con cara de aburrimiento. No la necesitaba. No le valía para ese trabajo, es más le molestaba con sus continuos lamentos y con sus constantes distracciones, que si ese perro que pasaba por la calle, que si ese arco-iris que se dibujaba en el cielo, etc.
A veces le dolía el alma, sobre todo si bebía. Al beber se encogía ésta, se volvía llorosa. En algunos amaneceres se embargaba de una sensación un tanto extraña, al atardecer, si paseaban en el coche sentía la imperiosa necesidad de mirar la molesta luz del ocaso. Paseaba sin paraguas en los días de lluvia y luego tenía que limpiarle la ropa y arroparla mientras tiritaba empapada. A veces quería robarle un beso a las mujeres que pasaban por delante de ella,  incluso algún día llegó a hacerlo. Jamás pasó más vergüenza en su vida. Tuvo que reprender a su alma, y no le dejó ver el amanecer, ni dormir hasta tarde, ni lamer la tapa de los yogures...

No le servía para nada, el alma. Era un incordio. Es más, mejor si se deshacía de ella. Le molestaba, le molestaba en su trabajo, se empeñaba en llegar tarde y comprar flores, en conclusión, era una mariconada de alma. Empalagosa. Desdeñable, despreciable. Tonta como una preadolescente fanática de su cantante favorito. Era una acólita de la belleza. Y así, se decidió a venderla.
Un alma es algo valioso, aunque no comprendía por qué, pero era algo valioso, alguien pagaría bien por ella. No sabía por qué todo el mundo le tenía tanta estima a ese OBJETO inservible. ¿Por qué podría venderla? ¿Una capacidad impresionante para tocar la guitarra y ser una estrella del rock? No, para eso se necesitaba alma. ¿La cualidad innata para escribir como los dioses? No, un alma es necesaria para ello.... Conseguir cualquier mujer que se pusieses a su paso no era una opción, el sexo sin alma acababa perdiendo la gracia.
Ya está, la vendería por un segundo cerebro, más inteligencia, si fuese más inteligente sabría suplir la carencia de alma para el resto de la humanidad, y así se haría muy muy rico y ya no necesitaría su alma nunca nunca más.

Si hubiese tenido alma cuando vendió su alma habría sentido un hueco terrible en su interior. Pero no, no sintió nada, excepto unas ganas terribles de emprender un negocio e invertir su dinero. De conseguir más y cada vez más. Poseer.
Si hubiese tenido alma hubiese sentido cómo alcanzaba los límites de sí mismo. Si hubiese tenido alma se habría dado cuenta de los errores que cometía, si hubiese tenido alma no hubiese gastado lo que iba consiguiendo. Si hubiese tenido alma, no se habría quedado solo.

viernes, 17 de mayo de 2013

Rosa, rosae.

Hay una simple rosa,
sólo una rosa en un banco,
y una lágrima en un charco,
¡una lágrima tan hermosa!
que cuando fui a lamerla,
y a beber el lamento de tus labios...
Cuando fui a drenar el estío,
el viento consiguió secarla.
Cuando, el viento traidor
se llevó la que era mía,
la que rodaba por mi mejilla,
cuando brotó el calor...
También se había llevado 
el viento cruel tus finos labios.
Y allí quedé. 
Sentado en un banco.
Mirando una rosa del color más frío.
Mirando de lejos... una lágrima en un charco.

lunes, 13 de mayo de 2013

Radio dreams.

Hace 32 años que el apocalipsis se desató. Siempre nos contaron que la guerra fría iba en declive hasta que surgió el conflicto entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. Ese conflicto provocado por el lanzamiento de misiles en el mar del báltico desde Bélgica. Todo eso desató la guerra que apareció en el norte de África y Oriente Próximo, todos contra Israel. Guerras civiles por todos lados. La comunidad internacional tuvo que intervenir, el fin del imperialismo y las amistades entre ex-colonias y ex-metrópolis supuso la guerra en la que mi padre murió. Los noventa fueron una década convulsa, con escaladas de tensión. Hasta que llegó la calma. Y después otra vez la tensión, vivimos al borde del apocalipsis que ya ha empezado y que no parece terminar nunca.
Mi nombre es Illiam Morel y retransmito este mensaje desde mi radio y para todo el mundo. Si mañana acaba nuestra existencia que nos quede haber tenido una vida normal.


domingo, 12 de mayo de 2013

Un jazz café.

“¿El hombre es hombre?” se escapó de sus labios rojos, y vi sus uñas tintadas de negro morderse contra los dientes, y sus ojos azules achisparse impacientes contra sus párpados. Su rebelde pelo negro le tapó la cara durante un momento, que se quitó con el gesto habitual de su mano. Guardó silencio, bajó sus ojos al suelo y después recogió su carpeta y se levantó, dos corazones rojos adornaban la tapa visible. Se marchó, por la puerta, como es normal en estos casos. Confuso, atraje con mi mano la copa y el paquete de cigarrillos, vi en el espejo de la entrada mis hombros alicaídos, formando un ángulo obtuso con mi cuello, ladeado, con mis gafas sucias y mi pelo revuelto. Cantó al roce de la puerta la campanilla de la puerta del café. Encendí el cigarro y dejé que su humo me contaminase la garganta y me quemase. Miré al fondo del vaso, vi cómo se derretían los microglaciares de mi vaso y bebí.
Calmó el alcohol amargo esa quemazón en mi garganta, no sé si era el tabaco o si acaso era el conglomerado sentimental y bilis que amenazaba desde mi estómago. Me levanté y me acerqué a la barra, comenzaba mi turno. Cogí mi guitarra y esperé allí, entre los humos y efluvios del bar, esperando que calasen en mi visión y no viese lo que había en la puerta. El taburete sobre el que me sentaba tenía una de las patas más cortas, como de costumbre, y por una vez, no me importó. Acabé el contenido del vaso y lo deposité al lado de la barra. Al fondo del estrecho bar, sin apenas espacio para nadie, sonaron dos plicas que me marcaron el ritmo, primeramente las partes fuertes del compás, después todos los tiempos.
Entré en la zona donde estaba el resto de la banda. “Vaya carácter con la chiquilla, Andrés.” Comentó Teresa, mi saxofonista, dejando caer a medio lado de su cuerpo el instrumento, apoyando su mano en la cadera. Desenredó su pelo rubio, rizado, siempre en problemas, y me echó una mirada de las suyas, con las dos esmeraldas que coronaban sus ojos. Mi respuesta consistió en una variación en el color de la ya casi colilla que apretaba entre mis labios, ardió ténuemente y un exceso de humo salió por mi nariz. Deslicé las manos por el cuerpo de la guitarra y después las cuerdas, solté la púa en la mesa y comencé a tocar. Dejé que las notas fluyeran a través de mí. Sin ninguna imagen en mi cabeza, simplemente dejaba a la realidad, a un juego matemático y lógico escapar fuera de mi mente y convertirse, por una vez, en algo real y palpable como es el sonido. A mi melodía, a mi armonía se acopló un ritmo por la batería, una lluvia suave de los platillos, un golpe terco y estridente con el bombo. Al poco, comenzaron el piano y el contrabajo a improvisar conmigo, y, por último, apareció el saxofón dialogando conmigo, bailándome, retándome, enfadándome, tranquilizándome y después exhaltándome, llevándome por toda la escala sentimental hasta el éxtasis musical. Fuera, en la gran ciudad, se perdía en las calles una chiquilla, Aura, deseando no haber nacido jamás, incapaz de desear que aquél hombre hubiese sido el que no hubiese visto la luz del día en ningún día de su vida.

lunes, 6 de mayo de 2013

Poesía religiosa.

Me da alergia tu poesía religiosa,
cuando de sudores se llena tu frente,
tu camisa morada se torna rosa
y tu voz se hace poderoso torrente.

Por la Pasión te sube la glucosa,
y en tu garganta retumba diferente
una palabra grasienta y aceitosa,
sonándome ya pesado y estridente.

Tu pasión a mi pasión asusta,
de las flores, sangres y meras figuras
brillan en tus ojos fervores siniestros.

Para hablar de esta tradición vetusta
con tanta verborrea y parca estatura
mejor dejas la poesía a los expertos.

viernes, 3 de mayo de 2013

El soldado.

Ante mí se alzaba el soldado, imponente, corpulento y sudoroso. El pañuelo tapaba la mitad de su cara,  la otra mitad se asomaba llena de mugre y con sus ojos rojos empañados en el calor del asesino. Me miró y me supe perdido en el mismo momento en que su mirar se clavó en mí como la puñalada que su mente ya planeaba en darme. 
En los recodos primitivos de la mente del soldado, dentro del resquemor de matar existía todavía algo de compasión cuando me cogió del pelo y me miró a los ojos. 
Tras un silencio arduo, lleno con las respiraciones del combatiente. Lo besé, como no se besa a nadie en el mundo. Con intención. 
Gané así la batalla al soldado, que con un beso también se puede ganar una guerra. Con un beso también se puede ser un soldado.

miércoles, 24 de abril de 2013

El rito.

La conjunción astral le indicó al chamán que su sueño había acabado, que ya era tiempo de alzarse y rebelarse. El letargo y el silencio se había acabado por fin. Acogido a su capa y su bastón fue avanzando con paso lento y cuidadoso entre los tortuosos senderos de la selva. Andando poco a poco bajo la luz de la luna y el canto de las estrellas.
Un repentino viento suave le llevó el aroma de la dulzura de las flores que ya nunca más vería, el zumbido de los insectos y el yanto de los animales que ya no le contarían sus secretos. El tormento de las luciérnagas guiándole en su camino de despedida. Los vapores que se alzaban desde el suelo hasta su nariz le indicaban la senda que seguía en pos de un destino distinto.
Las vías se tornaban ya oscuras y empinadas, hasta llegar al borde de la montaña, la voz de los dioses clamaba el sacrificio, el esfumarse de su vida. Llegó al borde y escucho la petición de los dioses, que saltase, que abandonase el mundo, que continuase el rito que sus antepasados habían llevado a cabo.

Tras mirar el vacío.

Huyó.

martes, 23 de abril de 2013

Feliz día del libro (a la poesía)

El arpa todavía yace en la habitación del ángulo oscuro, en silencio y sin producir sonido alguno. Tan concreta. A diferencia de las palabras que me cuenta, que parecen sacadas de un sueño, su cara es tan real... El tacto de su piel bajo mis dedos, sus labios rojos sacados del fuego del infierno, sus ojos cerrados ocultando su mirar irreal de heroína caída.
Se deslizan mis dígitos entre sus pechos y me asomo a la infinidad de su cuerpo bajo las sábanas. Me enredo en su pelo salvaje, beso su cuello, dibujo sobre su espalda cada uno de los lunares, memorizándolos. Dejo pasar un suspiro tras otro en el silencio de su sueño. Observo, imperturbable en la penumbra de la habitación.
Una lágrima aparece sobre los rincones olvidados de su cuerpo, un susurro que cae sobre su oreja, un cuento que se acaba en sus caderas, alterado ya el ritmo de su cuerpo cejo en mi empeño mientras se desvanece antes de conocerla toda.
Ya no hay arpa en la habitación del ángulo oscuro, ya no hay concreción, mas todavía queda el recuerdo.

domingo, 21 de abril de 2013

Patapalo.

“Ábreme la puerta” murmuró Patapalo. “Ábreme la puerta” gritó esta vez acompañando su voz de dos golpes profundos y huecos en la madera torcida y vieja de la habitación. “He dicho, que me abras la puerta” tornóse su voz amenazadora y oscura. “Si no me abres, echaré la puerta abajo” susurró entredientes, “ábreme, maldita zorra, que me comeré tu corazón si no lo haces”. Improperios e insultos varios se estrellaban contra la puerta inmóvil mientras le propinaba con la palma de la mano golpes cortantes y directos, pegando cada vez más la cara a la madera roída por la carcoma. “Ábreme... ¡He dicho que me abras! Está bien, no me dejas otra opción”. Abierta ya la puerta, forzada a base de golpes entró, cuchillo en mano, y, apoyándose en la única pata que tenía sobre la cama, apuñaló el colchón hasta saciar su rabia, con la mirada roja. Plumas revoloteaban por toda la habitación y la luna se colaba por la ventana abierta al manto nocturno.
Al darse cuenta de la sombra de la ausencia en el lecho, volvió a él la rabia y salió corriendo (como buenamente pudo) de la habitación, agarrando su escopeta al salir por la puerta de la villa. Llamando a gritos a la que buscaba vagó entre los bosques aledaños a la casa, buscó en los caminos, en las cuevas y en los troncos de los árboles, no se molestó cuando comenzó a llover, no le molestaron las riadas, la rabia y la furia lo cegaba. Buscó hasta el amanecer, buscó durante varios días sin importarle el hambre, sin importarle apenas el cansancio, hasta que encontró. Subidos en uno de sus caballos vio a lo lejos, ya fuera de sus tierras, fuera de su potestad a los causantes de su furia, su hija y su amante.
Su grito resonó por toda la sierra, su maldición y su juramente de venganza ocupó el eco de los valles durante varios días, el disparo lanzado al aire espantó a los pájaros de la zona. A la vuelta a su señorío abrió la verja con tranquilidad, cerrándose ésta con un lúgubre chirriar, la enredadera prendida en los muros de la casa, el jardín lleno de hierbajos y los cristales sucios le miraban temerosos, conocedores de su rabia. La puerta de la casa, señorial y en roble, abierta desde que saliese, esperaba ansiosa que no regresase nunca. Tras cerrar la puerta se pudieron oír los pasos de la pata de palo golpeando el suelo de piedra primero y el de madera después. Se pararon tras deambular un rato y sonó por toda la casa el golpe sordo y el grito y el sollozo de una mujer.

martes, 16 de abril de 2013

Infinito.

En el golpe del universo

residen todos los cuerpos desnudos

del espacio entre las pestañas del sol.

Sobre el pelo de la luna vibra

la canción de amor del pirata perdido,

de los pájaros azules, y la niebla.

En los muertos de Marte

vive oculto el escrito del monje

y el destino de las máscaras.

Los colores del polvo cantan

su sinfonía velada.

Acallado por el negro este cantar,

Olas de fuego controlan el llanto primigéneo.

Se vuelca la cuna al saber,

que arriba es abajo

y todo está del revés.

Cuentan los niños las estrellas:

                         uno,
                                dos
                                      y tres...

martes, 9 de abril de 2013

Damnatio memoriae.

Ya no me acuerdo de tu nombre de gata,

de tu andar meditabundo y distante.

Ya no me acuerdo de tus ojos de luna,

de tu vivir de heroína trágica.

Ya no recuerdo las hojas de tus besos

ni los pétalos de tu olor.

No recuerdo el silencio de tus años

ni el brillo de tus estrellas.

No recuerdo el cauce de tu río

ni el latir de tus oídos.

No recuerdo de tu piel el sabor,

ni el recuerdo de tu existencia.

Te has condenado al olvido,

y espero a que el agua,

como arena te lleve.

miércoles, 3 de abril de 2013

Fuerza para amar.

Hoy me he levantado con frío en el alma. Sonó el despertador y allí estaba quejándose como un niño lloroso. Aún en el alba me alcé sobre mis talones y me metí en la ducha. El agua caliente no suavizó los quejidos, no cesó el tiritar de mi interior. El café casi hirviendo se deslizó por mi garganta y mi alma chilló.
Me vestí con gran abrigo, buscando el fuego y un pequeño calorcito dentro de mí, pero todo intento fue en vano. A mi alma se le había olvidado cómo vivir. A mi alma se le había olvidado cómo darse calor. Salí a la calle, punteando la aurora en el cielo, rayando ya el amanecer, con las luces de las farolas ya apagadas. El mundo despertaba, ya cantaban los pájaros a la primavera naciente tras un largo invierno. Ya el sol asomaba entre las calles de la ciudad. Y mi alma, seguía pasando frío, encogida en el hueco que ocupaba, rozaba con los bordes de éste, y entonces lo volví a sentir.
La lanzada estalló en mi pecho al contemplar la belleza en toda su forma, la música que acompañaban en silencio el paisaje, la perfección visual y el olor de agua que tiene la hermosura. Y mi alma abandonó su hueco y desapareció por todo mi cuerpo, y la energía buyó por mis extremidades y, al fin otra vez, me sentí con fuerzas.

viernes, 29 de marzo de 2013

Condena de Silencio.

Hastiado. Apagado por el peso de los años. Enclaustrado en un vacío atemporal que oprime. Embrazado por la armadura de lo que nunca se dijo, oprimido por la oscuridad ardiente en sus brazos, piernas, pecho, cabeza. En posición fetal, alumbrado por las estrellas. Con la intención de sentirse inmortal rodeado por la presión del universo infinito. Ya no le gustaba el universo, mucha oscuridad allá fuera. Mucho infinito fuera de sí mismo. Mucho por comprender, nada que explique.

En el silencio de su figura la energía no recorría su cuerpo, como muerto. Brillaba con intensidad azul su cerebro, apenas haciendo ruido, deslizando los pensamientos con un eco maligno a través de la pantalla de sus ojos. Su corazón latía rojo, pugnando por destrozar la cáscara de su cuerpo, como una nueva vida que intenta salir al nuevo mundo, a la luz, para encontrarse en medio de la oscuridad, la noche y la muerte.

El espacio llenaba cada parte de su cuerpo, su cuerpo llenaba cada parte del espacio. fuera de él no había nada. Fuera de él no había certeza, en sus límites acababa todo, presa de una profunda e insondable negrura. Abismo dentro de la frontera, abismo fuera de la frontera: abismo, delimitado por el sonido del corazón latiendo.

viernes, 22 de marzo de 2013

Tu cuerpo.

Que no decaiga el ansia del tiempo,
que no acabe el silencio del cuerpo.
Que tu vida no se apague en el mar,
que tus sueños lleguen a su final.

Que me permitan explorar,
las arenas de tu cuerpo.
Que jamás te llegue a explotar
el pelo con el viento.
Que tus ojos me miren
con gotas de veneno.

Que de tus dunas,
me lleguen los besos.
Que no me digas,
"se acabó nuestro cuento".
Que tu mirada busque
otro cuerpo en la distancia.

Que en sueños,
se rompa el cielo.

Que por siempre, por siempre jamás
me jures amor etéreo.

martes, 19 de marzo de 2013

El trono.

Surgió de un beso el trono. Soberbio se sentaba el rey sobre sus posaderas, notaba el tacto de la fría madera del asiento rozando sus dedos. Con el silencio de los años se iban arrugando los dedos e iban apretándose contra los reposabrazos, crispándose en un abrazo invisible, agrietando el símbolo de su poder.
La serpiente apareció del vacío. Se irguió como llamada por una música extraña y miró al rey consumirse en su poder. Observó cómo este permanecía inmóvil ante el veneno que le por dentro y que emanaba del trono. Mujeres cientas podría tener el rey, dinero mil podría poseer, pero callaba y se aferraba a la cátedra. La cátedra se movía, bailaba, era difusa, a veces dorada, a veces podrida, a veces viva, a veces silenciosa.

El rey murió, el rey se deshizo en polvo, miro al cielo y, aunque no desapareció se convirtió en una capa de polvo que atesoró en silencio la silla. Había un nuevo rey en la silla, ya no había serpiente. Un amanecer dorado, un domingo rojo, una noche de cristales, un juego de pelota, se coreó el nombre de la libertad, el nuevo rey el primero. 

Apenas se hubo sentado en el trono, una serpiente se desilzó sobre su oído y comenzó a susurrar.

viernes, 15 de marzo de 2013

Sol, arena y tierra.

Sol, arena y tierra
la surcan las carrocerías,

sol, arena y tierra,
dice el poeta en carretera,

sal, arena y tierra,
en los surcos del asfalto,
sal, arena y tierra,
en los labios del olivar,

sal, noche y tierra,
en la sombra de las montañas,

sal, noche y tierra,
luz de la gasolinera,

sal, noche y piedra,
en las notas de mi alma,
en el silencio de las etiquetas.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Crónica de una mirada.

Crónica de una mirada.
Hay situaciones que valen un mundo. En medio del ruido y el bullicio, en mitad del frío y la muerte, una noche desapacible y solitaria, quizás una esquina desaparecida de la faz de la tierra.
Pagaría con cualquier cosa por repetir ese momento. Por mantenerlo estanco hasta el aburrido infinito. Ya he visto derretirse el hielo de tus ojos, amenazar con sus garras de gato abriéndose paso en el silencio. He visto, entre sombras alguna luz, un espejismo de salvación.

Cerró de golpe el ordenador portátil. No se le ocurría ninguna manera más de continuar la historia. Parecía que se le había resecado la fuente de las palabras en la cabeza, no podía hacerlo más poético, más profundo. Miró por la ventana en busca de inspiración pero lo único que encontró fueron gotas de lluvia y farolas. Farolas, sosas e insulsas farolas. No se podía contar una historia a través de una farola. Bueno, sí se podía, la historia de algún cuento infantil, pero eso no le competía, o, por lo menos, no quería que le competiese. El escritor buscaba algo de inspiración, el tópico de todos los escritores sin inspiración, siempre la misma historia, unos ojos somnolientos pegados a la pantalla, a la servilleta, al cuaderno, a la suela del zapato, a cualquier lado donde se pueda escribir. Unos ojos tristes, deshechos, suplicantes casi. Los ojos ateos no se atreven a rezar, los ojos creyentes culpan a otros de su poca suerte.
Hastiado abandonó su salón. Cogió una libreta y decidió buscar la inspiración en las calles, en las apisonadas calles, en las pintadas calles. En la suciedad y la lluvia, en una copa ardiente en mitad de la noche, en unos pasos helados. La mejor manera de escribir la crónica de una mirada era salir a buscarla, a cazarla.
Se puso su chaqueta. Bajó las escaleras deprisa, el viento le ayudó sin gentileza a abrir de un portazo el portal de su calle. Vivía en unos pisos cochambrosos, abandonados de la mano del Dios de Abraham y de cualquier otro, una fachada que anteriormente sería gris pero que la inmundicia había cubierto de humedad, plantas y centenares de tipos de musgo, casi abandonado, ennegrecido, decorado por la naturaleza. Casi abandonado, poblado por más insectos que personas. La puerta de entrada al edificio arrojaba una lúgubre luz amarilla sobre unas puertas barnizadas recientemente, única muestra de renovación del edificio, dando paso a un interior con un blanco sucio perenne en la pared, arañas en las esquinas y escaleras de color negro estrechas, suelo de azulejos y puertas chirriantes. Los monstruos de terror no vivirían en un sitio como este, abandonado incluso por ellos, Dios no pensaba en estos lugares a la hora de realizar su creación continua.
Con la lluvia arropando su abrigo negro se deslizó por las calles solitarias bajo la luz de los faroles. Se dirigió con pesadumbre a algún rincón cercano que ofreciese algo nuevo a su maltrecha mente. No era precisamente un rincón el sitio sobre el que entró, un sitio que olía a limpio y no a humo, que servía copas caras y en el que sonaba música no muy marginal. La gente se sentaba en los sillones a tener agradables conversaciones que no les quebrasen la cabeza. Y el escritor, en medio de su proceso creativo en estanco se sentó solo en una mesa semioscurecida. Las horas pasaban y las cervezas iban ocupando sitio en la mesa, dejando más solitaria a la servilleta sobre la que había pretendido escribir.
Unos ojos se acercaron a verle, unos ojos marrones ocultos tras unas gafas y un mechón de pelo negro. Unos ojos en un cuerpo no muy grande pero no muy pequeño, unos ojos con unos labios rojos como el demonio, unos ojos muy dolorosos, unos ojos para recordar y no olvidar. El escritor se acercó a esos ojos y tras un rato de charla y bebidas del espíritu decidió abandonar su mente infecta de ideas en el silencio que le correspondía y seguir viviendo la crónica de su mirada.
En un callejón, lleno de humo, lluvia y silencio, se encontraron en la pared de ladrillos rojos, duros, testigos de su pasión. Besó los labios de sus ojos, los de su boca después. Como se devora una fruta devoró su boca, bailaban las lenguas de fuego bajo las miradas atentas de las palomas. Empapaba la lluvia su mechón de pelo negro que le caía, con los demás, sobre el rostro, las gafas quedaban mojadas en el llanto de las nubes, la barba del escritor goteaba por el hueco de su camisa hacia el pecho.
Algo cambió de golpe. Algo se había cambiado de sitio de un momento a otro y había deshecho el encanto. Extrañado la miró a los ojos y descubrió una verdad terrible que lanzó su alma al abismo.
Dios había muerto en sus ojos. Ya no estaba allí, ya sus ojos no eran los que le miraban anteriormente, los de su crónica, ahora sus ojos eran la muerte, su sonrisa el infierno, su perfume azufre y la lluvia que le caía lodo. Se veía a sí mismo reflejado en los ojos de ella, ardiendo entre sus brazos, se veía perdido. Gritó rasgando su voz y huyó, abandonó el callejón y la oscuridad que la rodeaba a ella. Pero el mundo también había cambiado, todo era oscuro, si Dios antes no bajaba a aquellos lares ahora ya no existía, ya había muerto. Corrió y no vio más que oscuridad, ella no lo persiguió.
Una luz se interpuso entre su camino, un golpe sordo y un chirrido anularon su movimiento. Al instante yacía en el suelo con los dedos en charcos de agua, sangre y barro, dos metros detrás suya el conductor del coche llamaba a una ambulancia mientras la vida se le escapaba del pecho. Miró al callejón esperando ver su imagen y solamente encontró negrura y muerte. Quiso mirarla a los ojos, quiso, pero no pudo. De sus ojos inolvidables le quedaba la imagen, de Dios el recuerdo.

martes, 12 de marzo de 2013

Ayuno.

Creo que puedo ayunar esta mañana,

y hago, como hacen todos los ladrillos

en las cárceles, un poco de ruido,

ladro al carcelero que ya no se asusta,

y me estrello otra vez contra los barrotes.

Y por mucho que me queje, ya he ayunado,

acarreo el hambre y me arrastro,

como los perros, como las ratas.

Porque ya he ayunado pasean tranquilos los gigantes,

y pisotean otros gigantes más pequeños.

Nosotros paseamos tranquilos, en silencio,

cegados por las máscaras de gas,

viviendo la guerra absoluta
noviolenta.

Todo esto pasa porque ayuno,

ayuno por la incomprensión de los números,

la culpabilidad me mira desde el plato,

el infierno se abre a la hora de comer,

y por eso ayuno.

Quienes se salen del muro lo golpean,

hacen eco en la espesura,

les caen encima los ladrillos más altos,

y por eso,
 
por miedo,

ayunamos.