jueves, 28 de febrero de 2013

A los libros.

Del oscuro silencio de tu cuerpo me llegan las cadenas de una profunda muerte. La muerte del alma. Oscurecida tu sangre por el calor del tiempo reaparece en tus ojos el brillo de la vida, de estatua te  vuelves latido, de silencio te vuelves música.
En el claro hueco de los años reapareces del olvido para llamarme en silencio. Con clarividencia reconcomes mi ya demacrada alma, como un reptil deslizas tus lazos de seda para ahogarme mientras duerma, deshaces mis fronteras con una facilidad inaudita: derrumbas mis murallas como un niño tira sus juguetes, ríes, si cabe que tu risa me rompa más.
Me deslizas al abismo, me anclas a la pared ante el vértigo. Eres trueno en la caída del silencio, eres vacío en la noche infinita, eres mi tesoro, mi cáncer mi muerte y también mi salvación.

domingo, 24 de febrero de 2013

Dibujo.

Como el labrador horado la arena cuidadoso,
tu nombre escribo con mis dedos embobado.
Acaricio los granos de un desierto espacioso,
porque dibujar sobre tu piel me está vedado.

Cae el crepúsculo en el mar de naranja hermoso,
llena mi ropa de tu arena húmeda y embarrada.
Que si no puedo tenerte entre mis huesos
habré de dibujarte entre las arenas de la playa.

Cuando ya, de mi trabajo termino, gozoso,
me alzo a contemplarte, por mi mano dibujada,
tu rostro es, por una dramática ola, finalizado.

Ni me dejará verte ni tenerte el sino orgulloso.
Por el golpe del destino me veo trastocado,
una lágrima cae a la mar de mis ojos lanzada.

viernes, 22 de febrero de 2013

Lluvia.

Llueve, llueve en las entrañas del tiempo, como no ha llovido nunca. No ponen nada en la TV mientras no se sale fuera por nada del mundo. Se está caliente y agradable en el sillón de casa, como se suele estar de común. Hoy la fiesta está dentro, Dire Straits llena con alegría todo donde llega su sonido, hoy se baila dentro de casa, solo. Sentado, pero se baila.
Arrecia fuera la tormenta, el mundo se cae a pedazos, pero parece ser que aquí dentro estamos en la burbuja. Vivimos en la tormenta, vivimos la tormenta. Cuando bambolea el tiempo de continuo no es necesario preocuparse por una pequeña subida de tensión, cuando el tiempo se mueve puedes pararte a apreciar la belleza, porque ya dominas las olas, porque ya sabes bailar bajo la lluvia sin mojarte, porque ya sabes cómo hacer que no cale, o porque por lo menos... aprendiste a disfrutar siendo calado. Y si no sabes, ven aquí que te enseñaré, te abrazaré hasta el final de los tiempos, te ayudaré a buscar los ojos de los gatos brillando en la tormenta y te enseñaré a ser como ellos. No me enseñes la calma, no me enseñes a salir de la tempestad, que no quiero.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Etéreo.

El silencio afecta a las esferas del vacío.

La luz viaja con la inclemencia de las púas.

El tiempo, más que nacer, pasa.

Ya no quedan las risas de los que se asoman

al negro contemplar de las estrellas.

El infinito se vuelve etéreo cuando me besas,

Recae la noche sobre los cuerpos desnudos.

Mil años pueden pasar más, dos mil.

Tantos que se pierda la cuenta,

no se dará cuenta el tiempo del llanto,

de la risa, del amor, del silencio.

Pensamiento y hablado son tácitos para él.

No se dará cuenta el tiempo de ti,

de mí, de sí mismo.

Que si alguna vez una risa resonase

por el agujero negro del vacío,

no se diese cuenta el tiempo

de este silencio por el que todos pasamos.

El Vampiro. Parte II

Al despertar me hallaba en mi cama, parecían los recuerdos de la noche anterior ir apagándose, como un mal sueño. Era de noche todavía, y presa de sudores fríos y el ambiente enrarecido de hospital, enfermedad y cadáver imperante en la casa decidí abandonarla, al menos por un rato.
Horas después en las tabernas, enturbiado por una visión etílica se me acercó una mujer:
    -  Buenas noches, guapetón, pareces cansado, ven conmigo, la noche es joven, te quitare esa palidez de la cara, te daré la sonrisa - dijeron sus rasgos mulatos, sus formas sinuosas, sus curvas de felino, sus ojos brillantes - .
Al responderle mi voz sonó sibilante, de serpiente, mis ojos la recorrieron con apetito, agarrándola del tallo y llevándomela, al lugar que ella dijo, avanzamos entre calles corruptas. Otras prostitutas mercadeaban sus cuerpos con sus clientes, sonriendo. Yo avanzaba como anestesiado con un hambre terrible. Ya en el motel fuimos besándonos hasta su habitación. 
Nos arrojamos sobe la cama con la furia que la pasión otorga, su cuerpo ardía con una calidez solar, el pelo rizado caía por encima de su cara, rozándole rojos los labios de sangre. Ya desnudos sus pechos relucían por encima del poema de su ombligo, sus piernas brillaban lisas, reflejo de la semipenumbra de la habitación, era vida, era luz frente a mi cuerpo marchito y blanco. Acariciaba en oleadas cada parte de su cuerpo, la estudiaba de memoria pues era la primera mujer que tocaba en años. Su cuello... me paré en contemplar su cuello, bajo la tensión del teatro del placer, se contraían los tendones, su tráquea se marcaba con cada respiración, debajo podía sentir agolpándose la sangre, podía sentir el ritmo de su corazón aumentando.
Atrapándola con una fuerza que nunca tuve amarré sus brazos a la cama y la enterré bajo el peso de mi cuerpo, besé su cuello, rió por las cosquillas y me paré un segundo en contemplar sus ojos, llenos de chispa, marrones, grandes, despiertos, alegres y vivaces solo en cáscara, profundamente tristes y muertos en el fondo. Susurró "¿Qué veo en tus ojos?" y después, como una lanza pude sentir cómo mis dientes se clavaban en su carne, desgarrándola con furor, omitiendo los gritos de saberse presa, depredada. Los tendones se desgajaban a mi paso, jugosa  rechinaba con saliva y crujían las vértebras. Bebí cada gota de su sangre, dejando pasar el torrente a través de mi boca en un grito mudo, recordando con detalle el sueño, cada vez más real de la noche anterior. 
Al salir del motel veía la sombra de las dos mujeres en cada esquina, a cada paso que daba encontraba un vestigio de sus vidas, que ahora conocía a cada detalle, veía lo cotidiano de ambas, cómo la segunda había pagado esa misma mañana una cantidad de dinero por la habitación, aireándola del cliente anterior. De la primera, recordaba el inmenso odio que me estaba matando por dentro.
No quería ser visto, e inexplicablemente apareció una niebla rodeándolo todo, una niebla maligna y densa, de la cuál yo era el mismo núcleo, en mi camino me crucé con un perro lobo, con ojos de fuego que ladró a la luna con más una carcajada que un aullido. 
Llegué a mi casa, tenía que encontrar algo, tenía que averiguar si aquello era verdad, toda la noche había actuado sin saber lo que hacía, tenía que averiguar qué demonios estaba pasando allí o por lo menos, saber si era verdad todo esto. Crucé los pasillos con una fingida calma y me abandoné en mi desvelo una vez llegué a la sala del velatorio. Arranqué la tapa del sarcófago con furia, dejando crujir la madera para, con horror, descubrir antes de retirarme a las sombras asustado, que donde un cuerpo debiere haber, no había más que polvo.

lunes, 18 de febrero de 2013

Mal recuerdo.

Eres tú, eres el recuerdo, es tu imagen, tu universo.
Me atraes como se atrae a un niño hacia los espinos, como las ratas al veneno.
Es tu música, tus recuerdos.
Es el tiempo que has dejado en mi alma con forma de hueco.
El vómito de pólvora que sobrecarga mi espalda,
el dilatado músculo que explota riendo.
Eres tú, soy yo, es el silencio.
Y esta amnistía de besos,
este verano eterno.
Esta mala leche que oscurece mis venas.
Este otro yo que no quiere dejarte.
Las cadenas que desgarran mi cuerpo.
Esta nariz rota en un callejón,
esta noche que lo cambia todo.
Eres tú, soy yo, es el silencio.

domingo, 17 de febrero de 2013

El Vampiro. Parte I.

No se puede hablar de la locura desde las categorías de la cordura, pero ésto, esta angustia que embarga mi alma desespera hasta sus límites las frágiles cáscaras que encierran mi mente. Pero, como mi cuerpo, no se rompe. Soy débil, débil, y dejo por escrito explicaciones antes de que venza mi locura la debilidad de mi carne. No hay solución ni salida a mi calvario, no hay escape frente a la desazón, todavía aun me pregunto si no será que esto es una pesadilla horrible de la que espero despertar de un momento a otro.
Ella me odiaba, lo veía cada día en sus ojos duros, de océano glacial, molestos ante la excesiva luz solar, luz fría de nube. Me odió durante su enfermedad, durante todo el tiempo que estuve con ella, me odiaba por desperdiciar mi juventud y mi tiempo en una moribunda, nunca se lo eché en cara, nunca se lo grité. Por eso me odiaba más, me odiaba de amor. Me odiaba por convertirla en un parásito que me succionaba la vida mientras se consumía la suya. Y acabé por odiarnos a ambos. Casi recupera al morir sin mí el amor mas, al llegar el último instante sus ojos se inyectaron y, al exhalar el aire postremo, ya sin voz me maldijo en silencio.
A su muerte presencié una pena indescriptible, como de mil días de lluvia, y atronadora como las cataratas. Esperaba sentir la paz y fui despertando la pesadilla. Un silencio recorrió mi espina dorsal cuando la chispa de sus ojos se apagó en una última sonrisa macabra. Abandoné toda actividad banal tras llamar a la funeraria, y, no queriendo estar más con el cadáver me refugié en la sala más luminosa de la casa. Solamente al sentarme me di cuenta de la losa grande que reposaba ahora sobre mi corazón, era su losa, y llevaba el peso de su muerte enganchado en el alma. Escuchaba su voz en mi cabeza, tras años de no escucharla, prendida, hiriente, una lanza clavada en el pecho, retorciendo entre las entrañas, arrancándome. Lágrimas de escozor me inundaron hasta quedarme dormido sobre una mesa.
Me sobrevino una noche negra, silenciosa, de pesadilla. Como en un sueño avancé paso a paso por los pasillos, que crujían, de la casa; llegué a la cripta, guiado por otros pasos que no eran los míos y me abalancé sobre el ataúd, arrancando la tapa y dejando al descubierto la piel de prístina y pura nieve, los labios rojos henchidos de sangre frente al rigor de la muerte. ¡La amaba tanto! Al verla así el corazón se quebró y se paró, se corrompió y se deshizo en polvo. De pena la visión se tornó roja y me embotó la cabeza mientras me ahogaba en la sed que me invadió.
Un torbellino de imágenes aparecía en la mente, y, esclavo de mis actos, sentí cómo mis dientes se hundían en la piel de su cuello, que antaño besase mil veces. El torrente de sangre se deslizó por mi garganta y sació mi sed, resbaló gota a gota por los apagados conductos de mi cuello y llegó hasta mi misma alma, consumiéndola y arrebatándomela. Cuando el cadáver quedó exangüe una risa ancestral surgió de mi pecho y del suyo, sus ojos se abrieron y, en una última mirada azulada, se deshizo en polvo.

sábado, 16 de febrero de 2013

Prometeo


No se me olvida tu imagen. Mi corazón está encadenado a la piedra, colgando del vacío, y lo único que queda es un grito vacuo y horrorizado frente a la negra muerte. Tú eres la única que me tiene así, colgando. No me dejas caer, no dejas que me impulse frente al vértigo, no me dejas vencer los miedos y saltar, eres un clavo ardiendo que me tiene sujeto y nunca cesa. Eres un martillo que no parará herrándome al suelo.
No me dejas caer. Tu imagen me tiene atorado, se me congelan los pies en la pared y, poco a poco, sin insistir, me va inmovilizando; algún día llegará a este corazón que pugna por saltar y será parte de la piedra.

Ya sé que nunca me dejarás caer, tus ojos quisieron que nos refugiáramos de la tormenta y no nos asomásemos al abismo, yo también lo quise en su día, ya no quiero refugiarme más, eres un rayo que no cesa. No sé dónde estás. Escribo telegramas que aflojen las cadenas, pero parecen no darse cuenta de que estoy aquí: yo soy las cadenas y no me doy cuenta de mí mismo, irónico.

No me dejas caer, no me dejas caer y no me dejas... volar.